La luz, al menos, es la misma,
ligera y fiel,
y el viento echa a perder los nomeolvides
que ella cuidó disciplinada. Buscaré
dóciles ideales para matar el suyo
de abandono. El perdón
obsceno luce un quiste:
la idea del regreso.
Sus quejas vegetales, me repito,
y, aunque, no explica, da seguridad.
Tomo impulso.
Cubre las azoteas humo
blanco. Los sentimientos,
como el aire, están llenos de microbios.
Por todas partes.
Carlos Pardo. Desvelo sin paisaje (2002).
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